21 de enero de 2018

UNA VENTANA ABIERTA. CON TERESA DE JESUS ¿QUÉ ES CREER EN LA ALEGRIA DEL EVANGELIO? CON LA HNA. CARMEN PÉREZ STJ

Cristo confortando a Sta. Teresa
Iglesia del Sto. Ángel (Sevilla)
¿Qué es creer realmente en la alegría del Evangelio? Una y otra vez dejémonos inundar por “la alegría del Evangelio que llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del sufrimiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (Papa Francisco)

Encontrarnos a nosotros mismos en Él, es nuestro gran descubrimiento. Esto es lo que vivió Teresa de Jesús sintiendo la experiencia de S. Agustín: buscaba a Dios en todas partes y le vino a hallar dentro de sí mismo. ¡Sí fuéramos conscientes de la realidad que esto es¡ No hace falta, dice ella, para hablar con nuestro Padre ir al cielo, ni tenemos que hablar a voces, hay que ponerse en soledad y mirarle dentro de nosotros, y no extrañarnos de tan buen huésped, sino con gran humildad hablarle como a padre, pedirle como a padre, contarle nuestros trabajos. Hagamos cuenta que dentro de nosotros está un palacio de grandísima riqueza…y en este palacio está este gran Rey, que ha tenido por bien ser nuestro Padre.


Los que viven así, no se lamentan, “exclaman” como Teresa de Jesús: “¡cómo puedes sustentarte estando ausente de tu vida¡…lástima tengo de mí y mayor del tiempo que no viví lastimada…Oh Dios mío, misericordia mía, ¿qué haré para que no deshaga yo las grandezas que vos hacéis conmigo”. No lamentarnos sino dejar que Jesús nos transforme. Si confío y creo de verdad que el Señor me ama, esta fe transformará mi corazón. El problema está en que me lamento, no me admiro ante lo que quiere para mí, lo que ha hecho por mí, no acepto ser transformado por las circunstancias, hechos, problemas, dificultades que se me presentan para que mi corazón cambie, y la verdad florezca en mi vida. ¿No aceptamos ser transformados? Quizá lo único que queremos es que nos quiten de en medio lo que parece no nos va. Nos parecería muy cómodo que se nos hiciera este servicio, vamos que se convirtiera lo amargo en dulce y lo dulce en amargo. Lo que hacemos cuando nos lamentamos así es confundirnos porque es como si quisiéramos que la luz fuera oscuridad y la oscuridad luz.

Para el que es sincero, para el que quiere vivir en verdad, el cambio sólo es cuestión de tiempo. Jesucristo hace cosas grandes con métodos sencillos, así lo hizo en su vida. Como siempre unos le siguen, y otros nos lamentamos. Es verdad que otros ni se lamentan, ni se han enterado de nada, o deforman completamente lo que significa creer e imitar a Jesucristo, que es en lo que consiste la vida humana. Esto es un hecho. Y lo dijo Jesucristo bien claro: o estáis conmigo o contra Mí. No hay término medio. Mi vivir de Cristo, con Cristo y en Cristo es el verdadero sentido de mi vida. Cada uno amamos una cosa como lo primero: nuestros intereses inmediatos, nuestro confort, nuestra tranquilidad, la vida que nos hemos montado o queremos montarnos. Convertimos la verdad en un mero instrumento de fines temporales.

Nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en Cristo. Tenemos verdadera necesidad de vivir la relación con la Persona que nos creó como sintió Teresa de Jesús. Ningún placer de la tierra puede sustituir esta relación. Pero si busco primero mi felicidad no obtendré nada. El camino es un auténtico encuentro humano con Cristo. Humano porque es en mi vida humana, en mi cuerpo, en el aquí y en el ahora. Dejemos las lamentaciones, y juicios estériles sobre las circunstancias, personas, acontecimientos. Lo hemos oído muchas veces: querer es poder. Lo que determine hoy, no lo que lamente hoy, es el bien de mañana. Todo empieza cuando me atrevo a empezar. Lo que hoy me parece un sacrificio termina siendo el mayor logro de mi vida. Todo camino se empieza dando un paso, no con lamentos. Puedo caer, pero lo obligatorio es levantarme, como dice Jesucristo constantemente en el Evangelio, no lamentarme.

La fe no es para sufrir menos, ni para tener una vida más llevadera. La fe no es nuestra conquista, ni nuestra adquisición. Creemos porque la fe nos ha conquistado, porque nos hemos adherido a Dios confiando en Él plenamente. La fe no es un escudo para vencer el miedo, es la amorosa conciencia y la confiada certeza de la existencia de Dios que es Padre y nos ha hecho hijos por Jesucristo, con Jesucristo y en Jesucristo. Vivir de fe significa mirarnos y mirar todo, absolutamente todo, desde la gran realidad de nuestra filiación. La fe pone orden nuestros pensamientos y ensancha el horizonte de nuestra vida.

Siempre el Evangelio tiene palabras de paz y esperanza para mí. Pero si clamo con indolencia “querría ser una persona diferente”, y cuando se me presenta el momento de la fe y la confianza, de la esperanza y certeza no me abro a lo que suponen en mi vida como pide Jesús, me cierro en banda, ¿cómo voy a experimentar paz, alegría, libertad interior?

El problema está en que me lamento, no me admiro ante lo que Dios quiere para mí, lo que Jesús ha hecho por mí, no acepto ser transformado por las circunstancias, hechos, problemas, dificultades que se me presentan para que mi corazón cambie y florezca el amor. Vamos a exclamar con Teresa de Jesús:



Dios mío, misericordia mía, ¿qué haré para que no deshaga yo las grandezas que vos hacéis conmigo”.

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