3 de enero de 2018

EL DIOS DE CADA DIA. LA VICTORIA MÁS ESPECTACULAR CON LA HNA CARMEN PÉREZ

Feliz Navidad nos deseamos. El nacimiento del Hijo de Dios, la venida de Dios a nosotros en ese Niño que nace, la auténtica Navidad lleva en sí misma la verdadera felicidad, la auténtica alegría.

La grandeza, la maravilla, la victoria más espectacular de Dios es la Encarnación y el Nacimiento de Jesús de Nazaret. Ante el mundo entero, ante todas las épocas, ante toda la ciencia, ante toda la belleza, ante todas las luchas y conquistas en favor de la humanidad, ante todos los programas políticos, sociales, culturales, ante todas las revoluciones y progresos, ante todo absolutamente todo lo que ocurre y pueda ocurrir: la grandeza, la maravilla, la victoria más espectacular es el humilde y sencillo hecho, con todas sus consecuencias, que los cristianos celebramos en la Navidad: el nacimiento de un niño.

La alegría de la Buena Nueva aparece en el momento de anunciación del arcángel Gabriel a María: “Alégrate llena de gracia llena de gracia el Señor está contigo”. El Papa Benedicto XVI comenta en su libro La infancia de Jesús este saludo. “Alégrate” con este saludo, podríamos decir, comienza en sentido propio el Nuevo Testamento. Es la misma palabra que hemos gozado en la nochebuena, en la noche santa, en labios del ángel que dice a los pastores “os anuncio una gran alegría”. Y la misma que vuelve a aparecer en Juan con ocasión del encuentro con el Resucitado: los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. La alegría aparece como el don propio del Espíritu Santo, como el verdadero don de nuestro Redentor. Sí, alegrémonos, ante el Evangelio, la Buena Nueva. 

La grandeza, la maravilla, la victoria más espectacular de Dios es la Encarnación y el Nacimiento de Jesús de Nazaret. ¿Por qué hizo Dios “así” lo que existe? ¿Por qué hizo Dios, como lo hizo, lo que el hombre va descubriendo con la ciencia? A la vista de lo que el ser humano puede conocer es una afirmación que sale de lo más profundo del corazón y de la razón: la grandeza, la maravilla, la victoria más espectacular es lo que celebramos en la Navidad: el nacimiento de un Niño en una nueva familia. La nueva paternidad de Dios, las nuevas relaciones, la nueva fraternidad de los hombres. Siempre, en todo momento podemos sentir y exclamar:¡oh¡ feliz culpa que nos mereció tener tan grande y excelente redentor. Y ya para siempre: donde abunda el pecado, si el hombre con su libertad quiere, sobreabundará el bien, la gracia, que significa el humilde y sencillo nacimiento de un Niño.

Sentiremos que es la victoria más espectacular, la grandeza y maravilla superior a la misma creación, al mismo ser del cosmos, de todo lo que existe, si con toda nuestra capacidad de razonar y sentir nos abrimos al enorme misterio que en sí es la creación, el “por qué” el ser y no la nada que sienten los pensadores. Después nos quedaremos mudos de asombro por el modo tan humilde y sencillo de “recrear” lo que existe. Y precisamente porque la libertad del hombre dice “no”, sentiremos que es la victoria más espectacular, la grandeza y maravilla superior a todo cuanto existe. Sentiremos como ese Niño es el alfa y la omega desde el comienzo al final de los tiempos.

Realmente si reconocemos el hecho de la Encarnación del Hijo de Dios, el hecho de que una mujer virgen conciba un hijo, con todo lo que nos transmite la realidad del nacimiento de este Niño, sentiremos que corresponde con lo que acontece. Me impresiona mucho el camino de la ciencia. ¿Qué es lo que buscan los científicos? Lo más pequeño, lo microscópico, lo infinitamente pequeño y sencillo. ¿De donde arranca la espectacularidad de todo cuanto acontece en la naturaleza? Del poder de lo diminuto. Ya no la medida de longitud, de los metros, de los milímetros, sino medidas nanométricas. Un nanómetro es la millonésima parte de un milímetro. En toda la naturaleza está la omnipotencia ¿Por qué me viene esto? Pues sencillamente porque todo clama por lo que muchos no quieren oír: la manera de hacer Dios las cosas. Como dice Chesterton al ponerse ante el hecho de lo acontecido en Belén: la historia más extraña de la humanidad. Las dos fiestas que los cristianos hemos de celebrar llenos de admiración y asombro ante la sencillez, y profundidad de lo que significan. Sólo Dios es capaz de poder hacer y llevar a cabo algo así. Comprendemos el entusiasmo de Francisco de Asís, el hombre que conmovió y sigue conmoviendo en todas las épocas. Fue el primero, en las Navidades de 1223, en reproducir en una cueva el establo donde nació Jesús. Francisco de Asis el mismo que nos conmueve por su entusiasmo por la naturaleza como lo expresa en el Cántico de las Criaturas, Alabanzas de las criaturas, Himno de la Hermana Muerte: Altísimo y omnipotente buen Señor, tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición…Alabado seas, mi Señor, en todas las criaturas…

Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra… Alabado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor y sufren enfermedad y tribulación; bienaventurados los que sufran en paz. Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana muerte corporal, de la que ningún hombre viviente puede escapar Bienaventurados a los que encontrará en tu santísima voluntad porque la muerte segunda no les hará mal.

La grandeza, la maravilla, la victoria más espectacular de Dios es la Encarnación y el Nacimiento de Jesús de Nazaret por eso pudo, vivir, sentir y expresar su Himno Francisco de Asís´.

¿Cuál es nuestra respuesta ante el gran acontecimiento que estamos celebrando? ¿Cómo respondemos al amor y ternura de Dios que así se nos ha manifestado? Así es Dios con nosotros, nuestra respuesta no puede ser más que sentir conmovidos la grandeza e inmensidad de lo que estamos celebrando. Vivir con todo nuestro corazón la liturgia de todos estos días y aprender de María, de los pastores, de los Magos de Oriente a mirar, a contemplar a este Niño que así habla a nuestra pequeñez, y pobreza. El Papa Francisco nos invita a detenernos ante el pesebre porque se contempla la misericordia divina que se ha hecho carne y que enternece nuestra mirada.






Este Niño que tenemos en nuestros belenes ha venido a compartir todo con nosotros en la vida. Nuestro mundo es el suyo. Eso no tienen que clamar todos los belenes que podamos ver. Dios por su gran misericordia, ha descendido hasta nosotros para quedarse con cada uno, en su situación concreta. No se impone con la fuerza, ha venido con sencillez, humildad como nos dice el Papa Francisco: se hace niño para atraernos con amor, para tocar nuestros corazones con su humilde bondad, para conmover con su pobreza a quienes se esfuerzan por acumular los falsos tesoros de este mundo, para abrirnos a las necesidades de los demás, para que nuestro corazón se vaya haciendo semejante al suyo. En la pobreza del nacimiento de Jesús se perfila la gran realidad en la que se cumple la redención de los hombres.

Un nuevo universo a partir de la primera Navidad. Estamos en el año 2017 después de Cristo. Vivimos en la segunda mitad de la historia de la humana, “después” de Cristo.

Realmente fue como una nueva creación. Por eso se inventó en el Nuevo Testamento la palabra renacimiento, dieciséis siglos antes de que la cultura tipificara la palabra renacimiento. En realidad, como dice Chesterton, el nuevo universo presenta una característica que es preciso entender desde el primer momento: es más grande que el antiguo. El cristianismo es superior a la creación, dicho en nuestro lenguaje, y en nuestra capacidad comprensiva.

La creación se realizó antes de Cristo, pero en Cristo, el niño-Dios, el joven-Dios, el hombre-Dios, está presente todo lo que no había estado antes. Ya estamos en lo de siempre: es demasiado inmenso, incomprensible, para las medidas y medios humanos para ser verdad, pero es verdad. Durante más de 2000 años se ha repetido ese contraste entre la creación del universo y el nacimiento local, minúsculo, en un sitio ignorado en plena civilización romana, de un Niño.

Sí es un hecho: Cristo nació en una cueva y el cristianismo en las catacumbas. Vamos, que lo más alto ya sólo puede verse y alcanzarse desde lo más bajo. Para los cristianos la sencilla imagen de una madre y un niño tiene siempre un cierto sabor religioso, un recién nacido en brazos de su madre. No podemos pensar la idea de un niño recién nacido en el vacío, sin pensar en su madre (por favor no salgamos ahora con laboratorios, ni con manipulaciones y elucubraciones antihumanas) No se puede visitar al niño sin visitar a la madre, y en la vida ordinaria no es posible acercarse al niño salvo a través de la madre, esta es la gran realidad que llevamos en el corazón. Y la sola mención del nombre de Dios la asociamos, por la Navidad, con la misericordia y la ternura. Realmente tiene que haber una diferencia entre el hombre que conoce, que sabe así de la Navidad y el que no la conoce. Navidad: Omnipotencia e indefensión, divinidad e infancia.

Me ha gustado mucho la combinación de ideas que dice Chesterton, forman la idea cristiana y católica de la primera vez que se vivió la Navidad, de su primera historia. Cada uno de nosotros, en cada uno de los años que hemos vivido, hemos vivido la historia de la navidad, nuevas historias de la navidad. Y los que ignoran la Navidad han vivido su falta de luz, de aire, de realidad. Porque esa es nuestra vida el ir haciendo nuestra historia con lo que vivimos. Estos son los tres arquetipos de la historia de la Navidad: los pastores, los reyes, y ese otro rey que mató a niños.

En la primera realidad, la de los pastores, se ve el instinto humano de que el cielo ha de ser algo tan localizado y tan literal como un hogar. Los pastores encontraron su Pastor. Sobre aquellos hombres de campo pesaba la sombra de la oscuridad y el crepúsculo de la decepción de tanto como los sabios y poderosos del mundo buscaban y proponían. No sabían que se acercaba la hora en que habían de finalizar y cumplirse todas las cosas, no lo escucharon, pero sí los pastores. Los pastores no se equivocaron al creer que las cosas santas podían tener una morada, y que la dignidad no necesitaba los límites de tiempo y espacio. La mitología es una búsqueda, ya no tiene que haber mitología en el mundo porque hay realidad.

La segunda realidad son los reyes. Aquellos sabios que representan el misticismo y la filosofía, el ideal humano. No buscaban cuentos, ni poder, ni dilucidaciones vagas, ni controversias intelectuales estrechas, sino que estaban en esa búsqueda constante del pensamiento humano que quiere la verdad de las cosas, toda la verdad. Y su sed de verdad, como es racional y lógico, era sed de Dios. La filosofía, como la mitología, tiene mucho de búsqueda.

Lo que le da esa majestad y ese misterio tradicionales a las figuras de los tres Reyes Magos es el descubrimiento de que la religión es más amplia que la filosofía, y de que esa religión es la más amplia de todas. Está contenida dentro de ese pequeño espacio de una cueva, en la que hay un Niño con María y José. Esta nueva sabiduría con la que se encuentran los Reyes tiene mucho más contenido, más elementos en la existencia sobre los que pensar, extrae más cosas de la misma vida. Buscaban algo nuevo y algo eterno y se encontraron con lo inesperado. Recuerdo la expresión de Heráclito: si no esperamos lo inesperable no lo reconoceremos. Nuestro credo es católico porque es universal, y ningún otro lo es, la “filosofía” de la Iglesia es universal.

Y la tercera realidad: el rey que mató a los niños. Este renacimiento, este comienzo de la segunda mitad de la historia de la humanidad es un desafío y una lucha. En las primeras escenas está presente el drama, el mal celebró a su manera la primera navidad. Es lo bastante local para vivir la navidad en todos los corazones y en todas las partes del universo, y más amplia y grande que cualquier otra filosofía o filosofía de la religión. Pero es también lucha. Mientras se ensancha para abarcar todos los aspectos de la verdad, tiene que fortalecerse contra cualquier forma de mal y error. Humildad, alegría, gratitud, admiración y también libertad de elegir o de no elegir bien, vigilancia y drama.



Un acontecimiento que ha marcado la historia, y nuestra historia personal: “El Acontecimiento”: El Emmanuel. Dios con nosotros.

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